Ser conscientes de que es más interesante lo que nos sorprende
que lo que nos da la razón.
Hacer menos ruido y cultivar el silencio atento.
Demorar las respuestas y evitar sobre todo las
precipitaciones.
Tener flexibilidad mental y practicar esa gimnasia del espíritu
consistente en escuchar.
Desconfiar de la seguridad ostentosa.
No sentirse incómodo ante preguntas que uno no sabe responder, pero que tampoco puede rechazar.
Aprender a sacar fruto del propio desconcierto.
Huir del enquistamiento en sus variadas formas:
intelectual, moral o política.
Estar a gusto en la inquietud, a la que Schopenhauer
consideró como lo que mantiene en movimiento el perpetuo
reloj de la filosofía...
Dejarse invadir por una incorregible curiosidad.
Crecer en la capacidad de admiración
proporcionalmente a la extrañeza de lo admirado.
Saber que la antítesis más rotunda del filósofo es el
vencedor.
En suma: permanecer siempre vulnerable ante la realidad
Daniel Innerarity- La filosofía como una de las bellas artes
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